Dicen que las horas del verano son más lentas
Gabriel Campuzano
Gabriel Campuzano
Las primeras recompensas recibidas que quisiera citar, porque debo agradecerlas, proceden de las conversaciones y coloquios mantenidos a propósito de las imágenes publicadas. A propósito del blog o con el cuaderno por delante. Los ratos de amigable charla y los interesantes comentarios realizados han dejado un poso de propuestas y argumentos que podrán ser rastreadas desde aquí en adelante, abriéndose el territorio fotográfico hacia otros horizontes.
En segundo lugar puedo decir que este cuaderno -valioso ya, para mí- contiene un acopio enorme de recorridos posibles en los que adentrarse con mayor sosiego y aprendizaje. Será un mapa imprescindible en días venideros, con toda seguridad, porque muchas de sus páginas se han mostrado ya como una puerta abierta a nuevas peripecias en las que aventurarme. Caminos aún no trazados, para continuar la búsqueda que más me interesa a través de la imagen, la memoria y sus conexiones con la narrativa.
Por último, aunque no he querido realizar un diario en el sentido estricto, sobre estas páginas -de por sí amarillentas- se ha decantado tal colección de instantes vividos que constituyen ya un depósito de memoria imborrable. Recuerdos incorpóreos prendidos para siempre a la materialidad épica de una imagen (gráfica, fotográfica, poética). Días felices y desdichados, sueños al sol y noches en vela, máxima introspección pero -también- gran comunicación, momentos de pasión ocultos tras de una siesta, instantes de arrebato y largas quietudes (entre la placidez y el aburrimiento), insignificantes aventuras cotidianas y el riesgo vital percibido intensamente (y esquivado: ¿hasta cuándo?). En fin, lo que da la vida…