V-2011-S_Prólogo

Dicen que las horas del verano son más lentas

Gabriel Campuzano 

Estoy de acuerdo con los que piensan que la mejor forma de encontrar la belleza -la más sencilla y eficaz- consiste en buscarla. Porque ésta siempre nos acompaña, aunque nuestra mirada debe desvelarla eliminando las capas superpuestas por nuestra propia insatisfacción. Mis fotografías llevan tiempo relacionándose con unos pocos conceptos que me interesan especialmente -Espacio, Tiempo y Memoria- y todos los acercamientos que he tratado de hacer han sido siempre desde mis propias experiencias. Sabiendo que el registro de las pequeñas peripecias personales, ausentes de toda singularidad y sin excepcionalidad alguna, solo podría tener un objetivo: Poner de manifiesto y hacer tangibles, aunque quizás solo para mi mismo, aquellos instantes que fueron atravesados por la fugaz percepción de lo bello.

Desde la perspectiva de estos días, ya calurosos y destartalados previos al verano de 2011, éste se presenta especialmente ordinario y común. Después de un invierno muy ajetreado y una primavera que aún debo digerir, por primera vez desde hace años, no he previsto una escapada, un viaje de vacaciones o una estancia extranjera, para facilitar una cierta ruptura con lo cotidiano y amortiguar así los rigores estivales.  Como es sabido, el asombro y la sorpresa de lo inesperado hacen la mirada más penetrante, favoreciendo que las imágenes se multipliquen. Por ello, de uno u otro modo, he procurado siempre que los veranos fuesen especialmente fotográficos. En este período se han generado casi todos mis proyectos, aunque después -es cierto- se han prolongado bastante y no pueden ser asociados a una determinada estación ni época del año.

En esta situación, o quizás impulsado por ella, me he propuesto realizar un libro que recoja las imágenes más atractivas que pueda descubrir en medio de toda la cotidianidad que ahora presagio. Me ha parecido la actitud más adecuada para afrontar estos tres meses que se prevén calurosos, espesos y anodinos: Buscar la insólita belleza oculta y cercana. Estimular la mirada y llenar páginas al ritmo cansino con el que suelen transcurrir los días veraniegos. Viéndolos fluir para dejarme atravesar por el instante que merezca ser prolongado en alguna imagen perdurable. Y escribir así un sosegado relato del paso de las horas.


19 de junio de 2011

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