Blanca de luna


Día 1. Para llegar hasta la Casa de la Cueva he tenido que conducir diez horas, pero no estoy cansada. He viajado con tranquilidad; he parado para repostar y para almorzar; incluso por gusto, varias veces, para descansar y disfrutar del paisaje o hacer fotografías. Ya cerca, en un mirador de la sierra, he contemplado las vistas mientras me comía unas galletas. Ha llegado el coche de una pareja joven con su niño pequeño. Solo se ha bajado él; ha dado unas carreras gritando y agitando los brazos; ha lanzado una piedra al vacío. Ha vuelto a subir, y se han marchado. En mucho menos de un minuto se respiraba una tranquilidad absoluta... Ha empezado a nevar... En la casa, nos hemos ido saludando a medida que llegábamos. Javier V ha organizado las presentaciones; ha resumido el programa que seguirá y después hemos cenado. No hemos dejado de hablar y conocernos. Se han formado pequeñas tertulias; algunos han fumado. Hasta que todo el mundo se ha acostado…
Día 2. Ha seguido nevando durante toda la noche. He dormido poco porque la cama es dura (una litera en habitación compartida), pero esta mañana me encontraba muy activa. Me he levantado temprano para dar un paseo antes del desayuno. Agustín L me ha acompañado y hemos subido a la montaña que hay detrás de la casa. Desde la cumbre, el cielo nos ha parecido extraño y hemos hecho fotografías al amanecer... Para comenzar las sesiones, un objeto propio debía describirnos: una proyección. Quizá este lápiz que siempre me acompaña sepa más de mí que yo misma. Manifestándose, uno tras otro, los objetos personales han cobrado un protagonismo inesperado. Todo me ha parecido tan real… En algún momento de la tarde he escrito en el cuaderno: “Estos días se hablará de miedos y deseos”. He dibujado un par de manos que abrazan un vaso de café caliente. Parecen mías, pero no sé si lo son enteramente. Creo que, sin darme cuenta, ya hemos comenzado…
Día 3. Hoy también he madrugado para pasear. El frío intenso hace que la nieve se conserve helada. Por primera vez he pensado que una cápsula de vidrio nos envuelve. Es una sensación confusa; solo la he compartido con Agustín L pero no me ha respondido nada... Cada sesión teórica se combina con varios ejercicios prácticos. Son emocionantes. Algunas manifestaciones de la intuición resultan verdaderamente sorprendentes (y bellas). Me siento cómoda. Mi deseo es escuchar más y hablar menos. No siempre lo consigo... Después de cenar, unos pocos nos hemos quedado charlando, viendo fotografías y bebiendo hasta muy tarde. Javier C ha ridiculizado mi acento del sur; se lo he recriminado y, ofendida, le he respondido con indignación... Ahora pienso que se trata de una persona madura y que su trabajo es muy poético. Parece bastante sensible. No creo que se equivoque; mi acento debe de ser algo cómico aunque otros no me lo digan. Quizá sea el peso de cada educación...
Día 4. Hemos subido en grupo por la ladera de una montaña cercana. La excursión ha seguido el curso de un arroyo que serpeaba, entre pinos negros y rocas de granito, formando un gran surco en la nieve. En todo momento me he sentido dentro de la cápsula de vidrio. Ya sé que es real; creo que otros también la sienten, pero nadie lo dice. No es algo que reduzca nuestra libertad; más bien la aumenta y nos protege... En una pequeña meseta, nos hemos agrupado para realizar actividades experienciales de interacción e introspección. Soplaba el viento y hacía frío. En ocasiones ha nevado suavemente pero me he dejado llevar. Ha sido una experiencia mucho más que agradable. He vivido instantes de verdadera felicidad... Ahora la repaso como si alguien nos hubiese filmado. He escrito: “el estado NIÑO del YO”; he dibujado (de memoria) la gran roca con la que estuve dialogando en la montaña. Me pareció que tenía la forma de una mano cerrada sobre sí misma… Después de cenar, Oscar G me ha contado cosas de su trabajo en México DF; lo que más le interesa, y me ha explicado algunas de sus dificultades. El espacio y los medios que debe compartir con sus compañeros. El recuerdo de mis propios comienzos me ha golpeado por sorpresa; las primeras ilusiones, mi primer estudio, tanta precariedad, las amistades de entonces, algunos fracasos. Y, aunque difuminado, cierto instinto de supervivencia...
Día 5. He vuelto a pasear con Agustín L antes del desayuno. La nieve ha comenzado a fundirse; el cielo permanecía cubierto; sin decirlo, hemos observado la bóveda de vidrio por detrás de unas nubes... En la sesión de la tarde tuvimos que elegir un objeto entre un montón depositado sobre la mesa. Yo he cogido una pequeña bola de cristal. La he descrito en el cuaderno: “es transparente; con pequeñas imperfecciones y burbujas de aire; tiene algunas vetas rojas que se retuercen sobre el centro…” He tenido que pasar la frase a primera persona; y compartirla: “soy transparente; con pequeñas imperfecciones y burbujas de aire; tengo algunas vetas rojas que se retuercen sobre el centro…” Después de la cena hemos dado el último paseo por el bosque. El cielo se había despejado y la luna llena estaba radiante. Caminábamos conversando. Por encima, los brillos del cristal eran evidentes. En el suelo, la nieve crujía bajo nuestras pisadas como el vidrio al quebrarse. Poco a poco el grupo se ha ido fragmentando en pequeñas conversaciones que parecían despedidas. Después de esto, fuera de aquí, tendremos que tomar decisiones... Lívia S me ha revelado cuánto le cuesta mostrar sus imágenes. Cree que sus estudios en España son la mejor experiencia de su vida. Los terminará dentro de pocos días y tendrá que regresar a Brasil. En esos momentos, ella parecía sentir sobre su juventud el peso enorme de un futuro insoportable. Inseguridad. Temor. Creo que no tiene motivos; y se lo he dicho, aún sabiendo que es inútil. Me ha sorprendido comprobar que el futuro, cuando es tanto, pueda ahogarnos tal y como lo hace el pasado... La recordaré siempre como una bellísima forma del miedo y de la incertidumbre; tan pálida y frágil como la nieve —blanca de luna— que aquella noche pisamos...
* * *
Ella lleva su taza a los labios sin dejar de mirarle. Y escucha con atención. Están tomando café mientras él cuenta un relato que ha leído recientemente: “una chica se queda atrapada dentro de la bola de cristal que utiliza un médium para sus adivinaciones...” En algún momento comienza a inquietarse y, cuando ya no puede más —sin esperar al final—, lo interrumpe para hablar de su propia experiencia. En diciembre de 2011 a ella le ocurrió algo parecido. Durante casi una semana habitó en una cápsula de vidrio; de esas que se agitan para producir el efecto de una nevada sobre un paisaje sumergido y diminuto. Un paisaje formado por grandes rocas, pinos y una casa solitaria. Nunca había escrito un diario, y tampoco lo hizo en aquellos días, pero conserva un cuaderno —le dice— con anotaciones dispersas y pequeños dibujos, en el que fue apuntando sus experiencias. Abre su bolso y se lo entrega. Él lo ojea, mientras ella revive aquellos días de forma embarullada, y se pierde en el desorden inquietante de las páginas. Le cuesta seguir su voz emocionada; comprender la narración...
Pasan los días y sigue desorientado en ella. Solo encuentra una salida a su extravío: fabricar imágenes para reescribir aquellos recuerdos.

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