Biblioteca de instantáneas_42

“Mi hijo murió ayer, nuestro hijo… Ahora ya no me queda nadie más que tú a quien querer. Pero, ¿quién eres tú para mí, tú que no me has conocido nunca, que pasas a mi lado como si pasaras junto a un riachuelo, que me pisas como a una piedra, que siempre sigues adelante y me dejas en la eterna espera? Una vez pensé que a ti, al fugitivo, te retendría teniendo al niño. Pero fue tu hijo: se ha ido cruelmente, esta noche, de viaje, se ha olvidado de mí y no volverá más. Vuelvo a estar sola, más sola que nunca, no tengo nada, no me queda nada de ti. Ya no tengo ningún hijo, ni una palabra, ni una línea, ni un recuerdo. Y si alguien pronunciara mi nombre ante ti, no le darías ninguna importancia, no te diría nada. ¿Por qué no tendría que estar contenta de morirme si para ti ya estoy muerta? ¿Por qué no habría de irme si tú ya te has ido? No, querido, no te culpo, no quiero lamentos en tu alegre casa. No temas, no te molestaré más. Discúlpame, tenía que dejar gritar a mi alma sólo una vez, en esta hora en la que mi hijo yace aquí, muerto y abandonado. Sólo he necesitado hablarte esta vez; después volveré a mi tenebrosidad, como siempre, muda, tan muda como siempre lo he sido a tu lado. Pero este grito no lo oirás mientras yo viva. Sólo cuando esté muerta recibirás este escrito de una que te ha querido más que ninguna y a la que no has reconocido nunca, que siempre te ha esperado y a la que no has convocado ninguna vez. Quizá, quizá me llamarás luego y entonces te seré infiel por primera vez; entonces, cuando esté muerta, ya no te podré oír. No te dejo ninguna fotografía ni ninguna señal, del mismo modo que tu no me has dejado nada y nunca me reconocerás, nunca. Era mi destino en la vida; que lo sea también en la muerte, pues. No quiero llamarte para que acudas en mi última hora, me voy sin que conozcas mi nombre ni mi cara. Muero fácilmente porque tú, desde lejos, no puedes sentirlo. Si te lamentaras por mi muerte, no podría hacerlo”.

Carta a una desconocida
(fragmento) Stefan Zweig

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